Renè Descartes:
Prueba de la existencia de Dios: la prueba por efectos.
Reflexione después que, puesto que yo dudaba. no era mi ser del todo perfecto, pues advertía claramente que hay meyor perfección en conocer que en dudar, y trate entonces de indagar por donde había yo aprendido a pensar en algo mas perfecto que yo; conocí evidentemente mas perfecta. En lo que se refiere a los pensamientos tenia acerca de muchas cosas exteriores a mi, como son el cielo, la tierra, la luz, el calor y otras miles, no me preocupaba mucho el saber de donde procedían, porque, no viendo en esos pensamientos nada que me pareciese superior a mi, podía pensar que si eran verdaderos eran unas dependencias de mi naturaleza en cuanto a esta posee alguna perfección. y si no lo era precedían de la nada, es decir que estaban en mi por lo defectuoso que yo era. Mas no podia sucede lo mismo con la idea de un ser mas perfecto que mi ser; pues era cosa manifestante imposible que tal idea procediese de la nada. Y por ser igualmente repugnante que lo mas perfecto sea consecuencia y dependencia de lo menos perfecto que pensar que de la nada provenga algo, no podría tampoco proceder de mi mismo. De suerte que era preciso que hubiera sido puesto en mi por una naturaleza que fuera verdaderamente mas perfecta que yo y que poseyera todas las perfecciones de las que yo pudiera tener alguna idea, o lo que es igual, para decirlo en una palabra que fuese Dios. A lo cual añadía que toda vez que to conocía alguna perfección que faltaba, no era yo el unico ser que existia[...], sino que era absolutamente necesario que hubiera otro ser mas perfecto, de quien yo dependiese y que hubiese adquirido todo cuando poseía. Pues si hubiera sido yo solo e independientemente do todo otro, de tal suerte que de mi mismo procediese lo poco que participaba del ser pefecto, hubiera podido tener por mi mismo también, por idéntica razon, todo lo demas que sabia que me faltaba, y ser infinito, eterno, inmutable omnisciente, poseer en suma todas las perfecciones que advertia que existen en Dios.(Discurso del metodo, cuarta parte; pp. 99-102)
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